21 may 2011

The Noah Confessions - Capítulo 10

Sé que posiblemente la espera entre el capítulo anterior y este fue enorme, pero agradezco demasiado su paciencia. Durante este tiempo estuve terminando mi semestre en la universidad, llena de proyectos y exámenes finales, así que mi tiempo para traducir (recuerden que Andrea y yo también ayudamos en Purple) el capítulo se reducía a cero. Por suerte, finalmente está listo. Y es uno de esos capítulos largos que espero, disfruten. 

No olviden comentar si les gusto. Trataremos de acelerar el ritmo de la traducción para sacar el libro completo lo más pronto posible :)

4

Traducido por Anne_Belikov

Para cuando llegué a casa mi cena estaba fría y mi padre era transparente.

—Estuve a punto de llamar a la policía —dijo él.

—No, no lo estabas.

—Sí, Lynnie, lo estuve. Llamé a los padres de Jen y ellos dijeron que ella no estaba surfeando. Así que sabía que tú tampoco. Porque seguramente tú no harías nada tan estúpido.

—¿Estoy siendo etiquetada como una chica problemática ahora? Me salté un día de escuela.

—Me preocupa verte actuar de esta manera.

—Sí, el gran diario fue tu idea.

Él se quedó muy tranquilo y dijo: —¿Es esto por el diario?

—Talvez.

—¿Qué tanto has leído?

—No mucho.

Él sacudió su cabeza y dijo: —Talvez fue un error.

—Es demasiado tarde ahora.

—Lynnie, sólo tengo mi propio juicio. No tengo una compañera que se haga cargo.

—Fui a ver a mamá. Al cementerio.

Esto lo hizo hacer una pausa. Él sabía que no podía replicar, pero tenía que decir algo.

—Debiste haber dejado una nota.

—Tenía prisa.

—¿Prisa? ¿Por qué prisa?

—Tenía que tomar el autobús. Porque no tengo un carro, ¿recuerdas?

—Dios mío, ¿esto es por el auto?

—No, es por el diario. ¿Pensaste que iba a ser fácil para mí?

—No —dijo él.

Pasó un minuto mientras nos mirábamos mutuamente. Él pasó sus dedos a través de su cabello y suspiró. —Talvez es para cuando seas mayor. Lo tomaré de vuelta.

—No puedes.

—Estás en lo correcto —dijo él—. Ya lo he hecho.

—Me voy a la cama —le dije.

—Tienes que comer.

—No.

—¿No hay anorexia en esto, verdad?

—Para de leer revistas. Uno puede perder el apetito sin tener un desorden alimenticio.

—Lynnie…

—Papá. Detente. Estoy bien.

Él me miró y le sonreí, y vi como sus hombros se relajaban. Lo siento tanto por él. No quisiera que tuviera que criarme solo.

Me preparé para ir a la cama y saqué el diario de nuevo.

Antes de comenzar a leer, me detuve a pensar en Mick estando en el cementerio, sonriéndome. Me pregunto si él es realmente lindo o sólo estaba desesperada. No hay muchos chicos alrededor de Hillsboro. A veces nos juntan con los chicos de Loyola para ese patético baile, donde todos se sientan en lados opuestos de la habitación. Dos o tres parejas se aventuran a bailar antes de que todo termine. Las chicas más sofisticadas obtienen números de teléfono o e-mails. El resto de nosotros nos sentamos cerca de los refrescos para chismear o burlarnos.

El punto es, que mi experiencia con los chicos es inexistente. Y quizá le estoy dando a Mick cualidades que él no posee. Pero cuando recuerdo su sonrisa, me doy cuenta de que no estaba haciéndolo.

El recuerdo de él me hace sentir fuerte. Así que tomo una respiración de yoga y leo.

27 de Septiembre

Querido Noah:

La clase de inglés de hoy estuvo aburrida. Tuvimos un examen y pasamos el resto de la clase leyendo silenciosamente. Admito que miré furtivamente hacia ti pero nunca te diste cuenta. Está bien.

A veces, cuando te veo, nos veo platicando e incluso yendo a citas. Amaría eso, pero no va a suceder. Y eso es el por qué me mantengo escribiendo. Toda mi vida he estado observando a los niños pequeños, aceptando que no puedo ser uno de ellos.

Y entonces, sé lo que sé acerca de ti.

Así que vamos de vuelta a donde lo dejé. Bueno, lo dejé en varias partes. Lo dejé en mi historia y la de mi padre, como también en la historia de Union Grade después de la Reconstrucción. Supongo que la historia del lugar debería venir primero.

Imagina la forma de este pueblo después de la Reconstrucción. Eso vino en los últimos años del siglo dieciocho. El Sur había sido derrotado, en espíritu y economía, pero la Reconstrucción estaba terminada y Union Grade estaba intentando independizarse de nuevo. Las industrias estaban tratando de asentarse, los esclavos fueron liberados y estaban intentando descubrir cómo vivir, las familias se desgastaban en una batalla, tratando de recuperar su dignidad, derrotadas y aterrorizadas de pronto por ser pobres.

Ahora viajemos por el camino de Hadley Creek, un área a la que le fue un poco mejor en la Reconstrucción. De alguna manera, los granjeros habían mantenido sus tierras, se rumoreaba que habían hecho tratos con el diablo o, peor aún, los aventureros.

Comencemos por el lado de mamá. El lado de los ricos.

Los Brodies de Hadley Creek.

Conoce al papá de mi mamá, mi abuelo materno, el abuelo Will Brodie, de muy remota ascendencia escocesa. Él había nacido hijo de un rico terrateniente, un hacendado, John Brodie. Will era el más joven de muchos hijos y estaba impaciente por obtener su porción de las tierras. De alguna manera él ganó dinero y compró su parte de la granja al igual que la de su hermano.

Eso era un trato con el diablo, decían todos. El dinero probablemente provenía del contrabando, y él tomó ventaja de las deudas de su familia durante un periodo de sequía. Así que él obtuvo el dinero pero fue repudiado por la familia. Todo estuvo envuelto en un misterio que no es necesario resolver ahora mismo. Eso nos lleva de vuelta a ese siglo. El abuelo Brodie tenía una pequeña granja y estaba viendo por el bien de su propia familia. Era inventivo, rico, y un poco chapucero.

Ahora, los rumores corrían libremente. Alguien decía que se había casado con una pariente lejana, con la bella de piel-olivácea, Nancy Jukes, heredera de una fortuna en Carolina del Norte. Otros decían que había conocido a Nancy en un bar en Carolina del Norte, donde ella estaba ganándose la vida como cantante. Nadie sabía realmente nada excepto que mi abuela, la abuela Nancy, era exóticamente encantadora, más morena de lo que cualquier chica blanca debía ser. Una chica insensata que estaba feliz de casarse en el Sur para mejorar sus circunstancias. Ella aceptó fácilmente ser la esposa de un rico granjero.

Ellos rápidamente tuvieron tres hijos: mi madre, Fern, la primogénita. Ella tenía cabello negro y preciosos, petulantes y salvajes ojos negros. Mi tía Rose fue la segunda, era rubia, de complexión normal, carácter tranquilo, sin problemas. Entonces vino mi tío Joseph, moreno como mi madre y nadie más lo notó, excepto que era un niño.

El abuelo Will no se preocupó por las niñas. Él sólo quería un niño y tan pronto como lo tuvo se olvidó de sus hermanas. La abuela Nancy hizo lo mejor que pudo con la niña salvaje y la tímida, pero tan pronto como ellas fueron libres para casarse, las dejó. Fren se casó primero, antes de terminar la preparatoria, con el chico más guapo del pueblo, llamado Gerard Wyatt.

Fern se convirtió en mi madre. Así que así vamos a llamarla desde este momento.

Mamá siempre dijo que se había casado para salir de su casa. No sé lo que significa: no lo pregunto. Ella estaba feliz en su matrimonio al principio. Gerard hizo mucho dinero como vendedor de tabaco y no mucho más tarde tuvieron un hijo, mi muy mayor hermano, Gregory. Su tranquilo estilo de vida se vino abajo después de eso. Mientras que solían ir al Sureste para tener vacaciones e ir a fiestas, Mamá ahora tenía que quedarse en casa con Gregory. Su esposo siguió saliendo.

No mucho después de uno de sus viajes de “negocios” mi mamá recibió un par de zapatos por correo. Una nota acompañaba a los zapatos y decía: “Sra. Wyatt, dejó estos zapatos en la habitación de hotel durante su última estancia.”

—Ni siquiera eran de mi talla —me dijo mamá cuando me contó la historia. Mi hermana y yo solíamos reírnos muy fuerte por la historia y mamá reía también, aunque sólo para hacernos compañía. Pero podía ver que ella no lo encontraba divertido.

Mamá se mudó de la casa de su marido y volvió con sus padres. Sólo que ellos no la quisieron. Mi abuelo había pasado toda su vida intentando echar a las chicas de la casa, era una maldición si tenía que pasar por la dificultad de ver regresar a una. Mi abuela siempre estuvo de su lado. Ella dijo: —De ninguna manera, Srita. Sister, haces tu cama para que puedas descansar en ella.

Era 1952. Mamá estaba sola en el mundo con un niño pequeño, de apenas cuatro años. Ella no sabía cómo hacerle frente a eso. La abuela sugirió que se mudara a Danville para que encontrara trabajo. Ellos se encargarían de Gregory hasta que se instalara. Cuando ella encontrara un trabajo y un esposo, podría volver a ver a su hijo. Mi madre estuvo de acuerdo. No había nada más que pudiera hacer.

—En retrospectiva, debería haber visto como iba a irme —Mamá solía decirme—. Pero no sabía qué más hacer. No tenía a nadie que me enseñara.

Ella era todo ensueño cuando decía esas cosas, como si de alguna manera se hubiera perdido su propia vida.

No platica mucho más sobre eso. Esto fue cuando yo era pequeña. En estos días ella sólo se sienta y fuma, bebe té helado y escribe cartas para Sandra en la universidad. Cuando me ve es como si estuviera un poco confundida sobre porqué todavía estoy a su alrededor.

No sientas lástima por mí, ese no es el punto y no he hecho nada para merecerlo. Sólo estoy diciéndote como son las cosas en mi familia.

Cuando mi madre se fue a Danville para buscar trabajo, todavía era joven, hermosa y estaba llena de esperanza. Ella había cometido un error pero no había arruinado su vida. Arruinar tu vida toma tiempo y esfuerzo, una mala decisión tras otra. Ella no lo había hecho todavía, pero estaba en camino.

Ahí es donde dejamos a nuestra heroína, mi madre, en una casa de huéspedes en Danville, trabajando como recepcionista de un periódico y talvez por primera vez en su vida sintiéndose fuerte, con un sentido de propósito. Pero habiendo perdido a su hijo. Siempre extrañándolo.

Ahora de regreso a Union Grande. Por el lado de mi padre.

Los Pittmans de Union Grade.

La familia de mi padre es del pueblo de Competition/Union Grade desde que el mundo puede recordarlo. Ellos actualmente vivían en el pueblo, lo cual significaba que no había terratenientes ricos a la vista. Eran trabajadores. Trabajaban por un salario, hombres y mujeres por igual. Cuando no hubo trabajo, pasaron hambre. Después de la guerra, durante la Reconstrucción, su situación era “no mejor que la de los Negros” solía decir la abuela Lucille. Ella era la madre de mi padre, la loca. La genuinamente loca; tuvimos que visitarla en la sala de psiquiatría cuando era pequeña.

Un tipo con llaves nos permitió entrar. Ella se sentaba en su habitación y se retorcía las manos. Pero me estoy adelantando.

Ellos no eran mejores que los esclavos libres, esos trabajadores, la familia de mi padre, y eso era una realidad que no podía salir de sus cabezas. Antes de la guerra al menos había alguien a quien mirar abajo. Estoy diciéndote esto porque es como me lo explicaron a mí, no porque nada de esto sea justificable. Es sólo cómo me crió mi padre.

En el peldaño más bajo del orden social. Talvez has escuchado hablar de la basura blanca como una broma, pero en aquel entonces era una cosa verdadera. En la escala social, ellos estaban por debajo de los esclavos liberados. Es por eso que se les permitía morir de hambre.

Mi abuelo, Russell Pittman, quien era un decente, sobrio hombre, luchó por mantener a la familia por encima del agua. Todos sus hermanos eran unos borrachos. Algunos de ellos habían ido a la cárcel. Pero él iba a mantener a su familia respetable incluso si eso lo mataba.

Él trabajó en varios puestos de trabajo y eventualmente encontró su camino a un trabajo bastante estable en un aserradero. Su esposa ayudaba cosiendo. Cuando los niños nacieron, mi padre, Clyde, en primer lugar, su hermana Margaret, en segundo, mi abuelo le pidió a la abuela Lucille que no trabajara más. Era una cuestión de orgullo, a pesar de que casi estuvieron en la ruina. Un hombre decente en esos días no permitía que la madre de sus hijos trabajara.

Lo pagaron. Eran pobres. La Depresión vino y algunos días no comían. Los vecinos no los ayudaron. Las memorias de mi padre respecto a este tiempo son tan sombrías que apenas podía hablar de ello. Nunca nos dejaba poner las palomitas de maíz en el árbol de navidad porque decía que era algo que había nacido en la época de la Depresión y lo hacía sentirse triste. Por la misma razón no podía comer frijoles en la casa, porque era todo lo que tenían mientras había ido creciendo. Tenía una lista de cosas por el estilo. Mi madre se mostraba impaciente al respecto. Ella no podía entender el drama de la pobreza porque nunca tuvo que enfrentarla. —Mi gente siempre ha tenido dinero —me susurraba.

Los recuerdos de mi padre sobre su vida mientras crecía eran irregulares. A veces recordaba felicidad pura, simples cosas que le hacían sentirse vertiginoso y sentimental. Sus padres eran amorosos y puros, fáciles de entender. Su trabajo duro fue recompensado y todos ellos creían en Dios. Él jugaba deportes y cuidaba a su hermana, y por las tardes todos se sentaban a contar historias en lugar de ver televisión (obviamente, no tenían). Todo era elemental y sin un meditado propósito en la tierra.

Ellos sólo vivían día a día, y les funcionó. A veces recuerda y me recuerda a mí que nada más que su “buena reputación” los alejó de estar muriéndose de hambre. Su padre le enseñó a construir cosas, y a cuidar el jardín, mientras su madre enseñaba a su hermana Margaret como cocinar y limpiar. Ellos sabían cómo cuidar de sí mismos y al otro.

Esa es una bonita, idealizada visión, pero no afecta a nadie. Mi padre estaba demasiado tenso, demasiado preocupado, demasiado torturado para haber venido de la familia que me describió. Y él sabía, como todos, que la cordura de mi abuela no era totalmente normal. Nunca lo había sido. Ella había estado dentro y fuera de la realidad desde tanto como podíamos recordar. 

Cuando mi padre tenía sólo ocho años de edad, había estado fuera en el patio de beisbol cuando comenzó a sentirse un poco cansado y adolorido. Su madre lo llamó para que entrara, lo envió a la cama y llamó al doctor. El médico vino (el único doctor del pueblo que estaba en casa) y lo examinó y decidió que tenía fiebre reumática, una de las más extrañas enfermedades del corazón en aquellos días. Durante un año después de eso, papá se quedó en cama. En su habitación, en su cama. Un año completo. Leyó historietas y aprendió a dibujar, pero no dejó su cama. Como resultado de ello, se perdió muchas cosas, como aprender a nadar o a pasear en bicicleta. A partir de ese momento, su madre lo vigiló como un halcón. Apenas se le permitió jugar con otros chicos del pueblo. Cuando era adolescente, trató de ir al cine con sus amigos, pero si aparecía un trueno, su madre pronto aparecería en el cine y lo arrastraría con ella a casa.

—Ella estaba loca —me decía mi madre—. Y estaba determinada a volverlo loco, también.

Trato de imaginarlo. La mejor, más permanente imagen que tengo de la abuela Lucille es de ella sentada en su habitación de la sala de psiquiatría, retorciéndose las manos y llorando. Trato de imaginar a mi padre, a mi fuerte, alto padre, intentando convertirse en un hombre debajo de su reloj. Es casi imposible de imaginar.

—Tu abuelo era un buen hombre —decía Mamá, hablando del abuelo Pittman—, pero no era lo suficientemente fuerte como para dominarla. Su primera esposa murió en su luna de miel. Él nunca se recuperó. Sólo se casó con tu abuela porque no sabía qué más hacer. Él lo arregló. Pero su vida entera estaba completamente apagada.

Tendrías que hacer una evaluación de toda esa cosa de mi madre con un grano de sal. A ella nunca le gustó la abuela Lucille, y a Lucille nunca le gustó del todo ni tampoco confiaba en ella. Esa no era la mujer que imaginaba que se casaría con su hijo. Si ella hubiera estado lo suficientemente cuerda para imaginar a alguien así.

Pero antes de que vayamos a eso. Tía Margaret lo hizo bien en la escuela y fue a la universidad, y eventualmente conoció y se casó con un hombre de Georgia y se mudó ahí. Aunque antes de que todo sucediera, una cosa curiosa y cambia-vidas le sucedió a mi padre.

Él se había graduado de la preparatoria y estaba trabajando en una gasolinera del pueblo. Había crecido hasta ser alto y muy guapo, y gastaba todo el dinero que ganaba en ropa genial. Las chicas lo amaban. Estaba disfrutando la vida. Podía ver todo su futuro y ¿por qué no? Su vida volviéndose fácil, por su trabajo y sus ropas. Él realmente no tenía que establecerse en Union Grade porque estaba en una larga, dura escalada. Él había pasado hambre y esto era un pueblo lleno de dinero viejo, terratenientes y antes de la Guerra Civil la gentileza todavía esperaba medio recuperarse con respecto al resto del mundo. Ellos aspiraban principalmente a esto por cerrar sus filas y negarse a permitir que los gustos de mi padre entraran. Pero él tenía un plan. Él trabajaría lo suficientemente duro, se vestiría bien, sería suficientemente guapo y quizá podría casarse bien y escalar a través de la jerarquía social. Él era sólo un chico pobre en un lugar de ricos, pero podía ver una manera de ascender en sus propios talentos, una pequeña grieta de luz bajo la puerta, y estaba dirigiéndose a ella. Sin otra cosa que haber sido bendecido con su propio rostro, su propia belleza. Él era una de las personas bonitas, un lanzamiento al azar de los dados genéticos, pero uno, había aprendido, que ejerce una cierta cantidad de poder.

Quien sabe lo que habría sucedido a mi padre si él simplemente se hubiera permitido seguir ese curso. Las mujeres lo amaban. Incluso las mujeres ricas. Él las cortejaba. Era un hombre de pueblo. Tenía encanto. Las puertas se abrían para él. Pero todavía era pobre y todavía tenía que luchar. Estaba preparado para ello. Él estaba listo para la batalla. Sólo puedo imaginar cómo debió sentirse en esos días. La misma gente que le fruncía el ceño y lo mantenía lejos, que lo veía como un pobre trabajador de pronto se vio forzada a confrontarlo. Él quería entrar y no aceptaría un no por respuesta. Admiro su espíritu en lo que a eso se refiere. No estoy segura si yo habría encontrado la forma de resolver eso como él lo hizo en esos días.

Entonces fue reclutado. Era 1951 y la Guerra de Corea estaba en todo su apogeo. La noticia llegó por correo. Él me dijo más de una vez: —Era como una pesadilla cuando abrí esa carta —Él estaba sentado en la cocina, mientras lo decía, y su madre decía algo como: “Diles que estás demasiado enfermo para ir.” Pero él sabía que no estaba enfermo, sabía que realmente no tenía fiebre reumática, sino que simplemente era víctima de una loca y nerviosa madre, y de un doctor flojo. Talvez algo sobre eso lo hacía querer ir.

Él se fue al campamento de entrenamiento de Colorado. No estoy completamente segura de lo que sucedió ahí. Él entrenó para luchar, eso es seguro. Me dijo suficiente sobre eso. Pero entonces hubo pruebas. Algún tipo de examen de aptitud. Una de ellas reveló que tenía un coeficiente intelectual alto. La otra es que había sido particularmente obsequiado en el área del lenguaje y las habilidades de comunicación. Lo enviaron a Alaska para estar en un apartado especial del ejército. 

De esta parte no pudo contarme mucho. “No se supone que hable de ello, incluso ahora.” Me decía a veces. Pero Alaska fue la mejor etapa de su vida, decía con frecuencia, y era porque había sido identificado como especial, inteligente, y separado del resto de los chicos que estaban siendo transportados a Corea y estaban “cayendo como moscas.”

Un par de años después, cuando yo estaba ayudándolo a limpiar mis Barbies y otros juguetes del garaje, él se puso su chaqueta del ejército, la de sus días de Alaska. Parecía una vieja chaqueta del ejército, pero con piel en el cuello y una imagen grande de un oso pardo en la espalda. Él miró a su alrededor como si estuviéramos siendo observados y dijo: —Hice cosas especiales en la guerra.

—¿Ah, sí? —pregunté.

Él asintió y puso un dedo en sus labios. Alcanzó otra caja y sacó una máquina, poniéndola en el suelo enfrente de mí. Parecía algún tipo de calculadora, excepto porque había extrañas, irreconocibles teclas en ella. Él dijo: —¿Sabes lo que es esto?

—No —dije.

—Es una máquina de códigos.

—¿De qué tipo de códigos?

Él dijo: —Esto es lo que yo hice en la guerra. Era un rompe códigos.

—Oh —dije.

—No le cuentes a nadie lo que te dije. No se supone que hable de ello.

—De acuerdo —dije.

No tenía ningún deseo de hablar sobre ello. Para entonces ya sabía cosas sobre él. Muchas cosas de las que se supone no tenía que hablar. Pero la máquina de códigos me dio una pista de cómo todo había sucedido. Cómo terminé donde estoy ahora, escribiéndote esta carta.

Él dijo: —Ellos me ofrecieron quedarme en el ejército. Me prometieron un futuro. Pero no lo quise. Sólo quería regresar a casa y tener una vida normal.

—Volver a casa para estar con su mamá —solía decir mi madre, en las raras ocasiones en que su perdida carrera militar estaba siendo discutida—. Podría ser coronel o general ahora. Pero no podía dejar a su mamá.

—Es verdad lo que tu madre dice —me dijo él, esa noche en que estábamos limpiando el garaje—. Debí haber perseguido mi carrera, pero tenía miedo. Miedo de que mi madre me necesitara. Debí haber sido más valiente que eso.

Yo no sabía cómo mediar en eso. No sabía cómo intervenir. Todo parecía un largo, largo camino para mí. No tenía idea de que era la razón por la que mi vida se había ido hacia abajo.

Después de dos años siendo un rompecódigos en Alaska, mi padre se retiró honorablemente del ejército y volvió a casa. Él golpeó la puerta de su casa en medio de la noche. Me contó cómo de sorprendido estaba cuando sus padres abrieron la puerta. Ellos habían envejecido, dijo. Los había dejado luciendo de una forma y al volver los encontró de otra, con pelo gris y rostros flácidos. Ellos lo abrazaron y le dieron algo de comer, pero la noche entera él estuvo en shock. Impresionado de haber salido del ejército, de regresar a Union Grade con una idea nada clara de lo que era o lo que se suponía que tenía que hacer.

Por un largo tiempo después de eso, él no supo cómo recuperar su vida anterior. Cuando estaba en el ejército, era alguien. Era importante. Hacía un importante, especial trabajo, pero no podía hablar acerca de ello. Había jurado guardar el secreto, incluso después de dejar el ejército. Él miraba hacia abajo sin decir nada, me dijo, porque nunca había visto el combate. Esos chicos que sí lo habían visto eran de su pueblo, chicos que jugaban basquetbol en la preparatoria, quienes habían muerto o regresado a casa con amputaciones o heridas. Ellos lo miraban como si no hubiera hecho nada especial, como si hubiera obtenido un pase libre. Él no podía decirles a ellos; no podía decirle a nadie lo que había hecho. Tenía prohibido explicar que su trabajo era el más especial de todos. Él había ido a Alaska porque era más listo y más especial. Pero a su regreso, fue tratado como si simplemente se hubiera salido porque era un cobarde.

Él no supo qué hacer. Por un largo tiempo, sólo vagó alrededor del pueblo y salió con sus amigos, buscando chicas. Eventualmente obtuvo trabajo en un banco local como cajero. Trabajó durante el día, pero en las tardes se iba de fiesta con sus amigos. Hubo chicas, muchas de ellas. Se le permitió vestir su uniforme por varios meses después de dejar el ejército, pero eventualmente tuvo que colgarlo y entonces no hubo nada más.

La frustración creció dentro de él. Había ido a ciertos lugares y visto cosas. Había estado en Alaska, donde había aprendido a esquiar a través del país, donde había aprendido a conducir un jeep en el hielo, donde había aprendido todas las reglas de defensa contra la congelación. Como estaba en Inteligencia, había aprendido otras cosas, también, además de las habilidades de comunicación. Había aprendido como construir bombas y cómo desactivarlas. Había aprendido a generar incendios y a apagarlos. Había aprendido cómo matar a un hombre con sus manos desnudas. Había aprendido cómo sobrevivir en un lugar desierto. Había aprendido cómo disparar un arma en la oscuridad con los guantes puestos. La lista continuaba. Sabía cosas que nunca sería capaz de utilizar en Union Grade. Sin embargo, ellos siguieron tratándolo como a un obrero pobre, cuando él sabía que en su corazón era un soldado especialmente cualificado.

Pasó el tiempo y él comenzó a pensar en casarse. No estaba yendo a ninguna parte en Union Grade. Siendo un cajero de banco obtuvo un salario estable, y eso le ayudó a mantener a sus padres, con los que todavía vivía, pero no hizo nada para labrarse un lugar especial, lo que sentía que se había ganado durante su tiempo en el ejército. Todavía estaba siendo tratado como un patán, como un don nadie, porque no podía hablar de sus habilidades especiales. Esto lo llevó a buscar una distracción. Talvez casarse con la mujer adecuada lo haría encontrar su lugar. Talvez eso era lo que necesitaba.

Todas estas cosas estaban en su mente cuando conoció a mi mamá en un boliche en Danville. Él estaba con unos amigos. Ellos se conocieron por otras personas. Mi madre estaba con ellas. Ella tenía un trabajo como recepcionista del periódico local. Probablemente se sentía segura y poderosa. Cuando yo era una niña pequeña le pregunté a mi padre porque se había casado con mi madre. Él dijo: —Porque pensé que ella era la mujer más hermosa que había visto. Y lo sigo pensando.

Incluso cuando era una niña, supe que esa no era una buena razón para casarse con alguien.

Pero era su razón.

Sobre el día en que se conocieron, mi madre sólo dijo: —Pensé que era un presumido.

Aparentemente, ellos continuaron estando alrededor del otro por un tiempo, y él finalmente le pidió que salieran, salieron y el romance comenzó.

En mi mente, él tenía su uniforme cuando la vio por primera vez. Me gusta pensarlo de esa manera. Ella vio a un guapo soldado. No puede ser verdad; al menos un año había pasado desde que él había terminado el servicio. Pero recuerdo que mi madre siempre decía: —Él apenas había salido del ejército, y era tan guapo.

Así que esas dos hermosas personas se encontraron en sus hermosas ropas y algo dentro de ambos hizo click. Talvez ellos imaginaron su futuro. Sé que mi madre vio al hombre que podía cuidar de ella y ayudarle a obtener a su hijo. Mi padre probablemente vio a una difícil y encantadora mujer que nunca lo aburriría. Talvez él vio incluso, en última instancia, a la mujer que lo ayudaría a alejarse de su madre. Lo que sea que las fuerzas alinearon esa noche, estas dos personas vieron un camino potencial, y se abalanzaron sobre él.

Y se convirtieron en mis padres.

Buen punto para detenerme. Estaba exhausta.

Puse el diario a un lado y apagué la luz.

Descansé en la oscuridad por un largo tiempo, pensando en ello, en esta repentina y profunda lección de historia. Mis padres nunca hablaban de su pasado; era como si ellos no hubieran tenido uno. Solía preguntar a mi madre sobre su familia y ella solía decir: —Oh, cariño, nunca tendrás que preocuparte por ello.

No entendía porque la familia era algo de lo que no debía preocuparme. Pero era suficientemente lista como para darle sentido a la historia detrás de ello. Y no quería hacerla sentir triste. Nunca me gustó pensar en ninguno de mis padres teniendo emociones fuertes aparte de la alegría y el buen humor. Cuando eres un niño, tus propias emociones son todo lo que puedes manejar. Después permites que tus amigos tengan algunas, pero ahí era donde todo terminaba.

La historia era interesante y había llegado a gustarme tener la voz de mi madre tan cerca de mí. Ahora sentía que ella estaba bajo la cama, en lugar de debajo de una losa blanca en Westwood.  

Todavía no estaba completamente segura de cómo eso estaba relacionado conmigo teniendo un carro.

Todo lo que sabía era que estaba lentamente perdiendo mi preocupación y el sentido de lo que me habían privado. Talvez ese era el punto.

Mi padre no era un hombre estúpido, después de todo.

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